París, la Ciudad de la Luz

París, la Ciudad de la Luz

Por María Misarello


París, la Ciudad de la Luz

París, la Ciudad de la Luz, me recibe con los brazos abiertos en una mañana preciosa y llena de promesas. Al bajar del avión en el aeropuerto Charles de Gaulle, me encuentro inmersa en un mar de gente que se apresura en todas direcciones. Bueno, como en todos los aeropuertos en los que he estado, menos quizá, en los asiáticos que son más tranquilos y menos concurridos.

Los viajeros con maletas a cuestas, las familias con niños pequeños correteando, los empleados del aeropuerto en sus uniformes impecables, las tiendas duty free, todos forman parte de este caos organizado que es cualquier aeropuerto.

Me detengo frente a una tienda de ropa interior, atraída por la selección de conjuntos sensuales que se exhiben en los maniquíes y en los estantes. La suavidad de las telas y la delicadeza de los encajes de la ropa interior me atraen enormemente.

Me imagino vestida con uno de estos conjuntos, deslizando las prendas sobre mi piel y sintiendo la suavidad como una caricia previa a lo que sea. En mi mente, me veo en el reflejo del espejo de mi habitación, el encaje negro abraza mis curvas con delicadeza. Resalta mis atributos de manera provocativa y realza mi figura de una forma que me hace sentir poderosa y segura de mí misma.

Buff, me estoy mojando un poquito y mis pezones, siempre delatadores, se están endureciendo por segundos. Decido que tengo que comprar pilas para cuando llegue al hotel, por si acaso no tengo. No hay nada peor, ya me ha pasado, que se acaben las pilas de tu pequeño compañero en el mejor momento. Otro día explicaré esa historia.

No puedo resistir la tentación de llevarme algunas de estas joyas de la lencería a mi propia colección. Los recuerdos de tan buenos y grandes momentos que he pasado cuando voy vestida con ese tipo de prendas, hacen que me estremezca.

Miro hacia los lados con un poco de vergüenza para ver si alguien me ha visto estremecerme. Aunque me importa bien poco lo que alguien pueda opinar de mí, pienso que debo guardar las formas, por aquello de estar en un país extranjero. Al menos durante el primer día de mi estancia.

Al salir de la tienda, con una sonrisa en los labios y mi maleta American Tourister, me inserto en la ola de la multitud y avanzo por los pasillos luminosos y modernos del aeropuerto. Escucho conversaciones en diferentes idiomas, me envuelven, creando una mezcla de sonidos que me recuerdan la diversidad y la energía de las ciudades cosmopolitas.

Una vez fuera del aeropuerto, me encuentro con un sol radiante y una brisa suave que acaricia mi piel, invitándome a disfrutar de la ciudad en todo su esplendor. Los hombres que pasan a mi lado me miran con interés, siento sus ojos en mi culo como si me lo estuvieran tocando con las manos. Siguen mis movimientos con una mezcla de admiración y deseo que no puedo ignorar. Siento en mis pechos sus deseos de estrujármelos y chupármelos. La verdad es que al ver a alguno de esos apuestos hombres sólo puedo pensar, ¡ojalá!

Cojo el primer taxi de la fila, y veo al volante a una hermosa taxista francesa con una melena ondulada y una sonrisa encantadora. Follable, sí, 9 de 10. No puedo evitar sonreír cuando se ofrece amablemente a llevarme a donde necesite. Le digo el hotel al que me tiene que llevar, pero le añado que no es exactamente eso lo que necesito, mientras le hago un gesto con la cabeza señalando a un tío bueno que está cruzando la calle.

Me entiende perfectamente, se ríe y me dice que conoce algunos clubs donde puede llevarme, especial para mujeres, 24 horas abierto. Mmm, no es mala idea, pienso, pero estoy cansada como para empezar la fiesta nada más llegar. Y, además, son las 10 de la mañana. Mejor que me lleve al hotel, le digo, agradeciéndole de corazón su ofrecimiento.

Durante el trayecto, la conversación fluye entre nosotras, su nombre es Juliette. Hablamos de la ciudad, de sus encantos y de sus secretos mejor guardados. Su voz suave y melodiosa me envuelve como una suave melodía, y me encuentro disfrutando de su compañía más de lo que esperaba.

Al acercarnos al hotel, una idea cruza mi mente. El día es demasiado perfecto para desperdiciarlo dentro de cuatro paredes. Le pido a Juliette que me deje cerca del hotel para poder dar un paseo por los Campos Elíseos antes de registrarme. Ella asiente con una sonrisa y me deja en la avenida, deseándome un buen día con un toque de coquetería en sus palabras.

Le pido su tarjeta por si más tarde o mañana necesito que me lleve a esos sitios tan guays que conoce. Por si me siento sola, le digo.

Se ríe ¡qué boca tan preciosa, que labios tan excitantes!

París, la Ciudad de la Luz

Camino por los Campos Elíseos admirando la majestuosidad de los edificios y la elegancia de las boutiques que alinean la avenida. Los hombres apuestos que pasan a mi lado me hacen sonreír con picardía, y no puedo evitar devolver sus miradas con un destello travieso en los ojos. Tranquila María, hoy no, por la tarde tienes que asistir a varias charlas.

Paro en uno de los cafés con encanto que bordean la avenida, y me siento en una terraza al sol. Pido un café con leche y un croissant francés. Mientras saboreo el delicioso manjar francés, observo a la gente pasar, disfrutando del ambiente animado y lleno de vida de París. Cuando llega la cuenta, no puedo evitar quejarme internamente del precio exorbitante. ¡Vaya palo me han dado con el precio!, pienso para mí misma mientras saco mi cartera con resignación. Hago números mentalmente y veo que estoy pagando seis veces más, sí, seis, de lo que pagaría en una cafetería en la Plaza del Sol. Vaya tela con los franceses.

Sigo mi paseo arrastrando mi maleta. Tiene ruedas, pero quizá hubiera sido mejor instalarme en el hotel primero y luego salir a pasear. Bueno, me digo, ahora ya está hecho. Las tiendas de moda me llaman, pero mi Visa me dice que por hoy ya está bien el gasto de en ropa. La gente va y viene, algunos perdidos en sus pensamientos mientras otros disfrutan en grupo o con sus seres queridos. Incluso me cruzo con algunos artistas callejeros que entretienen a la multitud con su música y sus acrobacias.

Mi visita a París no es simplemente por turismo. He venido a asistir a unas charlas universitarias impartidas por una mujer con gran talento en mi campo, las ciencias empresariales. Es una oportunidad única para aprender de los mejores y ampliar mis horizontes profesionales. Podré incluirlas en mi curriculum también. Y quizá tenga tiempo para tirarme a uno o varios franceses. No sería la primera vez. Y también podré incluirlos en mi otro curriculum.

Finalmente llego a mi lujoso hotel de cuatro estrellas, elegante y sofisticado en cada detalle. El vestíbulo está hecho con suelos y paredes de mármol y la habitación está decorada con un gusto exquisito Todo respira lujo y confort. Y sí, soy lo que podrías llamar «pija», pero qué coño, ¡me gusta disfrutar de la vida al máximo!

Me dejo caer en la cómoda cama, disfrutando del lujo y la comodidad que me rodea. Estoy verdaderamente cansada y, sin ni siquiera desnudarme, me quedo dormida.

Me despierto a las siete, pronto será de noche, con un hambre de mil demonios. Me ducho y me pruebo mi ropa interior nueva. Estoy que rompo. Joder, !qué buena que estoy! Como no podía ser de otra manera, lo hago siempre que estreno prendas nuevas, me toco.

Las pilas de mi amigo de emergencia no me fallan, no necesito las de repuesto. Y me sigo tocando. En poco, muy poco rato, llego al clímax. Cuando me toco a mí misma, sé llevarme al cielo del sexo, como pocos hombres saben hacer. Pero no estoy satisfecha. Me miro al espejo y repito mis auto caricias. Y varias veces más consigo alcanzar orgasmos, a cual mejor.

Han pasado dos horas de sexo estupendo, y me ducho de nuevo. Me visto para salir a ver donde y qué puedo cenar. Debo acostarme pronto. Durante horas, no necesitaré sexo, así es que seguro que vuelvo pronto. Creo.

Mi habitación ofrece una vista impresionante de la ciudad. El sol se pone lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados. Es un momento mágico que me hace sentir agradecida de estar aquí.

Besos.

París, la Ciudad de la Luz

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