De compras en New York

De compras en New York

Por María Misarello


María Misarello de compras en new york

Recorrer las bulliciosas calles de Nueva York un sábado por la tarde es una experiencia que siempre me revitaliza. Con mi mejor atuendo provocativo, dispuesta a arrancar miradas y quizás algún suspiro, voy a pasar la tarde de compras por las tiendas más conocidas de ropa de la Gran Manzana.

No estoy desesperada por atrapar un tío, ya que hace dos noches tuve una gran sesión de sexo, de esas inolvidables que sirven para masturbarme de vez en cuando con el recuerdo. Pero eso no significa que, si me topo con el tipo adecuado, acabe zumbándomelo en cualquier sitio.

Pensando en ello, paseo por las lujosas boutiques de la Quinta Avenida y llego hasta las tiendas de moda independiente en SoHo. Me dejo llevar por el frenesí consumista, o mejor dicho, por el arte de buscar esa prenda perfecta que me haga sentir imparable, deseada y follable. Los que me conocéis o me leéis ya sabéis que para mí, es muy importante sentirse y ser follable. Si no eres follable, no eres nada.

Entre escaparate y escaparate, no puedo evitar coquetear con la mirada con algunos hombres apuestos que se cruzan en mi camino. Aunque hoy no estoy prioritariamente de caza, no hay nada de malo en deleitarse con la belleza que te ofrece la ciudad, incluidos los tipos guapos. Aparento hacer sólo un juego inocente, una forma de añadir un poco de picante a la tarde, pero yo ya empiezo a sentir ese cosquilleo que siempre siento antes de lanzarme a una búsqueda.

La verdadera diversión llega cuando entro en una tienda de renombre, con música de moda retumbando en sus paredes y empleados elegantemente vestidos que te reciben con una sonrisa profesional. Veo a uno de ellos verdaderamente atractivo, casi mi tipo, y le pregunto por algunas prendas bastantes sexys.

Decidida a animar un poco su tarde, le lanzo mi mejor sonrisa junto a una insinuación juguetona. Para mi sorpresa, el joven no parece muy receptivo a mis encantos. Sé que lo estoy violentando, pero no se pone nervioso. Con una sinceridad que me pilla desprevenida, me dice que su interés no se inclina hacia las mujeres. ¡Sorpresa!. Vaya cuerpo que nos perdemos las mujeres, pienso para mí. Dejo de insinuarme, y amablemente le acabo comprando unos tejanos y dos tops que harán que me toque lascivamente cuando me mire al espejo. Sé que estos dependientes van a comisión, y este chico ha sido muy amable y directo conmigo. Cosa que aprecio.

El sol se cuela entre los imponentes rascacielos, tiñendo las calles de Nueva York con una luz dorada que me invita a la exploración, a rebuscar entre tiendas, a observar a la gente y a maravillarme con este sitio tan variado y «de locos».

Cada paso que doy es una danza entre la multitud, esquivando turistas despistados y neoyorquinos apurados con la elegancia de una bailarina en un escenario improvisado. Las tiendas de renombre me llaman con sus vitrinas relucientes, invitándome a descubrir los tesoros de la moda que albergan en su interior.

La Quinta Avenida se despliega ante mí como un lienzo lleno de tentaciones, con marcas de renombre que compiten por captar mi atención. Mi Visa lo va a notar. Me adentro en sus templos de la moda, dejándome llevar por la música animada que flota en el aire y el murmullo de conversaciones en varios idiomas.

Cada escaparate exhibe las últimas tendencias con elegancia y sofisticación. Me detengo frente a algunos, admirando los diseños vanguardistas y visualizando cómo lucirían en mi propio guardarropa, en mi propio cuerpo.

Entro en una tienda de ropa interior, donde una dependienta tan radiante como las luces de Times Square parece haberse fijado en mí. Es imposible no notar su mirada coqueta y sus movimientos elegantes mientras me muestra las últimas tendencias de la temporada. La verdad es que veo a esta mujer bastante follable. La clasifico como nueve de diez. Si yo fuera un tío que la consiguiera, estaría más que orgulloso de ello. No la desmontaría hasta que no me echará de su cama. Eso si yo fuera un tío.

Aunque su atención es halagadora, decido ser honesta y amable, tal como lo fue conmigo, hace una par de horas, el dependiente guapo. Con una sonrisa, le explico que no es mi tipo. Aunque su expresión de sorpresa es evidente, mantenemos la conversación en un tono ligero y cordial. Pero no deja de mirarme los pechos y los labios. Sé que me los comería ahora mismo, pero yo prefiero los labios sin pintar, vamos, los de los hombres, me refiero. De todas formas, su actitud hacia mí me alaga mucho.

Continúo mi paseo por las calles de Nueva York, entre miradas furtivas, sonrisas cómplices y la emoción de descubrir nuevos rincones de moda en la ciudad que nunca duerme. Y mientras el sol se pone sobre el horizonte, me encuentro reflexionando sobre las diversas formas de atracción y la belleza de la diversidad humana.

¿Quién sabe? Tal vez algún día me anime a explorar nuevos horizontes y descubrir si el sexo con otra mujer es tan bueno como dicen.

Espera, pienso, ¿porqué no, María, por qué no?

Ya de noche, por las calles ultra iluminadas, en el taxi que me lleva a casa, decido firmemente que tengo que probar esa opción.

Pronto.

Mis pensamientos se diluyen al observar por el retrovisor lo guapo que es el taxista, latino indudablemente. ¡Cómo echo de menos España!, bueno, no tanto, pero a los tíos sí. Con mis bolsas cargadas de ropa interior nueva, me pongo en modo caza agresiva. Hay poco tiempo, el trayecto es corto.

Besos.

María Misarello de compras en new york

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